Hay momentos en los que te paras a pensar, tomas aire y lo
sueltas despacito intentando que pasen por tu mente todos y cada uno de los
momentos que intentas asimilar, que intentas entender, que quieres explicar. Y
ese es el problema estamos buscando darle explicación a cosas que jamás la
tendrán. Intentamos, día tras día describir las cosas con palabras, queremos
compartir con el mundo lo que sentimos sin darnos cuenta que hay cosas que solo
se pueden describir con una mirada, con una sonrisa o simplemente con una
lagrima.
Intentar describir las sensaciones con palabras es como
intentar encerrar al mar en una botella de agua, podrás hacer que el mundo se
haga una idea pero, ¿dónde se queda la esencia?
Vivimos en un mundo en queremos explicar todo, donde no
existe lo paranormal, donde ahora la belleza se mide en “me gusta”. Vivimos en
un mundo donde los besos ya no son tiernos, ni apasionados, ni si quiera son de
esos rápidos que te dejan con ganas de más, son besos amarillos y con guiño, de
los que no se pueden tocar. Las sonrisas no emocionan porque las derrochamos
con pantallas que no se inmutan y hacia gente que ni siquiera sabrá que nos ha
hecho sonreír. Hemos conseguido cercar lo lejano, podemos hablar con personas a
kilómetros pero se nos olvida aprovechar el tiempo que nos dedican las que
tenemos a centímetros. Nos sobran los contactos, los amigos en Facebook pero
nos falta a quien llamar cuando lloramos, ahora el amor no se muestra con
chiribitas en los ojos cuando nos miramos sino con tweets y estados. Nos
estamos convirtiendo en el raciocinio de la pasión, los asesinos de las
caricias, los padres de la filosofía de aparentar. Empezamos a pensar que si no
hay fotos no ha pasado, mientras que olvidamos que los mejores momentos de
nuestra vida pasan cuando no tenemos algún aparatejo en nuestras manos.
Ahora vivimos en una cultura donde el mundo gira en torno a
nosotros, donde todo está justificado para mejorar nuestra forma de vida pero
no nos damos cuenta de que lo mejor de nuestra vida son las cosas que no
podemos entender y mucho menos mejorar. Los abrazos tras echar de menos, las
caricias sin venir a cuento, las miradas cómplices que terminan con una
carcajada…
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