Entro a su casa, con solo decir '¡Hola!' veo como una sonrisa les ilumina la cara. Como les echaba de menos, no os os podéis imaginar cuanto. Da igual que haga una semana o solo un día desde la última vez que les he visto, siempre les echo de menos. Me acerco al sofá, le abrazo, no le quiero soltar ¡NUNCA! Quiero quedarme para siempre en su regazo, como cuando era pequeña y todos los miedos desaparecían al estar junto a ella. Al final le suelto, le miro, le beso y le vuelvo a abrazar. Me acerco a su sillón, ahí está él, sentado con su gorra y sus gafas. Le quito la gorra y le beso en la cabeza, le achucho y me quedo sentada a su lado, tocándole la mano porque quién sabe si mañana podré hacerlo. Esa es una de las razones por las que quiero estar tanto a su lado y por la que disfruto cada momento que lo hago ya que no tengo muy claro cuantas veces más voy a poder disfrutar de esas sonrisas, de esos consejos, de esa alegría. Cuando estoy con ellos no me paro a pensarlo, el mero hecho de imaginar que llegará el momento en el que tenga que vivir sin ellos hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Le pregunto lo mismo que todos los días: '¿Qué tal jovenzuelo?' él apenas recuerda que se lo pregunto siempre pero contesta siempre lo mismo, siempre con la misma alegría pase lo que pase. Me quedo sentada en el respaldo, paciente escucho la historia que me cuenta, da igual las veces que la haya escuchado, es más a veces cuando se traba puedo ayudarle a seguir, me las sé todas de memoria. Sonrío y escucho mientras él lo vive como el primer día. Ella mientras tanto está con el móvil, no os imagináis lo orgullosa que estoy de ella, es un sentimiento tan grande, nunca se cansa de aprender y ella ha sido quien me ha enseñado desde pequeña a querer aprender un poco más sobre el mundo. Ahora es el momento de jugar a su juego favorito, el dominó. Él y yo, quizás alguien que esté por casa y decida unirse pero es su juego, solo le importa jugar. Le encanta, disfruta cada partida como si fuera un niño y tal y como están las cosas en parte es como si lo fuera. Ella, en la cocina, estará haciendo comida para un regimiento, por mucho que solo estemos los tres. Llega la hora de irse, les beso treinta veces, me despido otras tantas pero siempre antes de irme les vuelvo a abrazar. Me voy mirando atrás, preguntándome cuando les podré volver a abrazar.
Aquí estoy yo, a 2584 kilómetros de casa, escribiendo un papel emborronado entre lágrimas. Porque aquí estoy yo tan sensible como siempre recordando lo mucho que les echo de menos y cuanto les quiero. Y que pase el tiempo que pase, aun que ya no lo sea tanto, siempre seré la niña que va corriendo a abrazarla y después jugará otra partida de dominó.
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